Os presento al Multiespacio Lekker ubicado en un esquinazo de la calle de las Monjitas. Ahí, en mi rincón de España, Majadahonda. No nos engañemos, no es un cambalache al término. Pero la sugerencia de sus mesas repletas de buena literatura, revistas e incluso enseres es fascinante. Me gusta ese lugar, me imagino algún día llevando muchos de mis libros, tengo repetidos, algunos que no leería jamás, otros que por regalo de la vida me toca devolver. Visualizo ese día en el que me siente en una de sus mesas a vender o intercambiar libros ¿Quién sabe? |
Mi padre, cuando era soltero, vendía sellos en la plaza mayor. Tenía un pequeño puesto que luego heredó mi tío Tomás. Y a veces, cuando nos llevaba y se pasaba un buen rato en busca de un sello para completar su colección, su excitación nos contagiaba, nos sentíamos eufóricos y entusiasmados sin ni siquiera saber a qué habíamos ido ahí. Cuando cumplí los 16 años, a escondidas, solía llevar algún domingo al rastro una maleta con collares y la abría de par en par para sacarme algunas pesetas. Llegué a vender con mi novio, con un poco más de osadía, en la propia Plaza Mayor, unos abrecartas estampados de monedas. Cómo me gustaba el trabajo itinerante de la calle. Esa alegría del trueque de palabras, exponiéndose absolutamente al agrado y al desagrado. A la afluencia y a la desolación. |
Esa búsqueda del descaro de uno mismo afrontando lo inesperado del día.
No nos engañemos, vender libros es muy parecido a aquello.
No nos engañemos, vender libros es muy parecido a aquello.