Ahí fue, lanzada, sin ningún miedo, al limbo del espacio donde la distancia que recorre este mensaje todavía no tiene nombre común, que yo sepa, y apareció en no leído y luego en pendiente y en revisado y en aceptado y responder a.
El día que vino de vuelta caminaba por la calle principal de mi ciudad, el sol irradiaba y el viento cálido de otoño se revolvía por debajo de mis piernas. Temblaron mis manos, cerré los ojos y presentí que, por fin todo aquello en lo que había soñado se estaba haciendo realidad en ese instante.
Tengo mucho que agradecer a Pezsapo, una editorial única e irremplazable que convierte sueños eternos en realidades.
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